jueves, 4 de junio de 2009

Fuego, nada más

de Silvia Favaretto


Que yo sí quiero escribir
pero me salen brazas
y me sangra la nariz.
Sí quiero escribir e intento hacerlo
mojando las palabras en tinta de limón
pero queman los ojos y secan las manos.
Que yo sí, sí te dije
quiero escribir pero la lapicera arde
y las chispitas prenden fuego a la hoja
y la madera del escritorio se ennegrece
y cae al piso la ceniza
con mi inspiración
y sale humo de mis dedos
y mi poema es fuego,
fuego, nada más.



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martes, 2 de junio de 2009

Ágape

por Rafael Rodríguez Victoria


Ese día me llamó en la noche, por ahí de las nueve.
-¿Qué haces?, ¿pegado a las cobijas como siempre? —me dijo.
- No, llevo un rato despierto pero no me he levantado de la cama.
- ¿A dónde me vas a llevar?
- ¿A dónde quieres que te lleve? —le contesté.
- Al callejón por unos papeles y luego de regreso; a ver qué se nos ocurre.
-A lo mejor llego como a las diez y media.
-Hazle como quieras, siempre y cuando estés aquí antes de las 11. El camello sale a dar su ronda a las 12. Muévete, maricón, que después se va a poner bueno.
-Oye… ¡Me cago en tu madre, Gigí! —eso no lo alcanzó a oír porque me colgó. Pero si no es por el encabronamiento, no me levanto.
Nos conocimos por Internet hace seis años. Primero platicaba conmigo todas las noches. Después de tres meses de chatear, accedió a encontrarnos en la vida real. Entonces la conocí en serio: no muy guapa pero inteligente, con voz de mando. Me incluyó en sus negocios al mes de que nos vimos afuera del mundo virtual. Comenzó a instruirme en el secuestro expres, la extorsión telefónica y en poco tiempo hacía yo mismo las llamadas. Casi todo el dinero se lo quedaba. Yo no tenía interés por el varo. Lo que siempre quise fue estar a su lado.
Gigí controlaba varias células. Conocía a casi todos los buenos, desde comandantes, ministeriales y matones hasta el mismo secretario delegacional. No cualquiera le entra en el negocio. En el DF sólo tres personas, además de nosotros, controlan el mercado, a los grandes clientes; las zonas jodidas son de los principiantes. Eso también lo pactamos con la policía, para que ellos de vez en cuando puedan salir en los periódicos y en la tele, demostrando que hacen su trabajo.
Esa noche me llamó para drogarnos y coger. Cuando lo hacíamos en ese orden, a ella le gustaba que la mordiera y le succionara la herida. La primera vez que me lo pidió no le entendí. Pero poco a poco le agarré gusto a la ceremonia. Era eso, una comunión. Dejaba que ella entrara en mi cuerpo, como la ostia. Dios adentro de mí, en mis venas, Gigí entre mi propia sangre y luego en mi alma. Sólo que en la iglesia sí te dicen que Cristo te ama. Ella era más mística.



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lunes, 1 de junio de 2009

tinta luz


la verdad estable


para morir de amor




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