lunes, 30 de marzo de 2009

La persona más sucia del mundo: acerca del triunfo de John Waters sobre la cultura popular




por Roberto Audiffred

Millones de personas en todo el mundo pagan buen dinero por ver a Cameron Díaz usar semen como gel para el cabello en There’s Something About Mary, como tantos otros, cómodamente sentados en sofás manchados de comida y con un bong en la mano, ríen hasta que se les desprende la cabeza viendo a un tipo vomitar, freír su vómito y comérselo de nuevo en Jackass. En la caricatura South Park hemos visto desde el homicidio semanal de un niño pobre hasta la aparición de un clítoris gigante y epidemias de diarrea explosiva. Aquí mismo en México tenemos una cuota razonable, aunque aún no primer mundista, de asquerosidad en nuestras pantallas. Lo mismo vemos a Isabel Madow ser –gracias a Dios- penetrada por un español a la vista de cualquier afortunado que tenga cable, que a una pobre adolescente acomplejada ser interrogada sobre su anorexia por una “psicóloga” que probablemente tiene prepa trunca en La Academia. Estamos presenciando la institucionalización del mal gusto y la búsqueda de la celebridad a toda costa, como si viviéramos todos una competencia permanente y pública por ganar el título de “La Persona Más Sucia del Mundo”.

¿Cómo es que llegamos a esto? ¿En qué momento decidimos cambiar a Pili y Mili por las hermanas Hilton?

“Para mí, el mal gusto es de lo que se trata el entretenimiento. Si alguien vomita viendo una de mis películas, es como obtener una ovación de pie” -John Waters.

Para responder a esta pregunta debemos regresar unos 30 años en el tiempo.

A principios de los años 70’s se dio un interesante fenómeno contracultural en la ciudad de Nueva York: el llamado “cine de medianoche”. Este consistía en la exhibición, in the midnight hour, de películas tan extremas que ningún exhibidor razonable las mostraría durante el día. Alrededor de esto surgió una comunidad alternativa de espectadores especialmente abierta y entusiasta, consistente primariamente de universitarios, hippies, artistas, transexuales, artistas transexuales y otros intelectuales. Éste circuito le dio un sentido comercial a la producción de un tipo de cine impensable poco tiempo antes, brindándole a cineastas independientes y con intereses distintos a los del mainstream una oportunidad de éxito y reconocimiento, al dirigir su producto al público que más probablemente lo entendería. Se han vuelto legendarias las originales funciones nocturnas de muchos “clásicos de medianoche”, en su mayoría series-B y soft-porns, entre los que destacaron tres películas por su permanencia y éxito comercial: The Rocky Horror Picture Show, El Topo y Pink Flamingo’s.



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